Breves reflexiones de un profesor en cuarentena: Del Cine de Woody Allen y el doble rol del docente

J. I. Chavarín*



Una de las cosas que he podido disfrutar durante la soledad del encierro, es el frecuente contacto con mi versión más cinéfila. El cine siempre ha sido una parte importante de mi vida, desde esos días que trabajaba en un Cinemex de plaza comercial, donde el sueldo era poco, pero las películas gratis lo compensaban, hasta fechas más recientes con mis famosos maratones temáticos de fines de semana: films de mafiosos italoamericanos o un surtido de la enigmática categoría III hongkonesa, que a más de un amigo dejó con la boca abierta. A lo largo de estos casi cien días no he podido pasar alguno sin ver dos o tres cintas. Creo que perdería la cordura si dejara de hacerlo. Woody Allen es el director al que más he recurrido, debido, no solo a su variada filmografía, sino al incontable uso de técnicas narrativas y visuales que me hacen ver su cine como algo más que un simple entretenimiento. Una docena de veces he visto Take the money and run y una docena de veces me parto de la risa e intriga con ese falso documental del peor ladrón del mundo. Varias frases del neoyorquino me han ayudado ante las inquietudes de los alumnos: “Si los seres humanos tuviésemos dos cerebros, seguro que haríamos el doble de tonterías”. 

Son muchas las características que hacen al cine de Woody único; sin embargo, ante los límites y tópicos del artículo (no me gustaría ser censurado de nueva cuenta por el editor) debo centrarme en su recurrente dualidad, debido a su notorio paralelismo con la labor docente. En varias de sus obras Woody mantiene dos roles: director y protagonista, una fuerte apuesta de la que solo pocos han podido salir victoriosos, pero que el director neoyorquino ya dominaba con maestría desde sus primeras etapas, configurando un personaje tartamudo e inseguro que poco tiene que ver con el arriesgado director que no teme perder su público por llevar su arte a nuevos sentidos. Woody mantiene dos caras de una misma moneda: el inseguro que le permite empatizar con el espectador, ya sea para bien o para mal, pues vemos una caricatura de nuestros miedos cotidianos, y el arriesgado que pese a mantenerse a la sombra publica es capaz de dirigir un ambicioso proyecto. El director, el genio, se esconde en el hombre cotidiano para poder maquinar en la intimidad. 

El docente vive un proceso parecido al de Allen. Todos los días, frente al grupo, manejamos esas dos identidades: aquella que busca empatizar con los alumnos, empleando una actuación que los haga sentir cómodos, y la del director que orquesta el tratamiento de las temáticas de la mejor manera. Dicho precepto es más evidente con docentes con más de un grupo, la actuación con cada uno de ellos es distinta, moldeada a las necesidades del mismo, incuso comparada por los mismos estudiantes; sin embargo, la objetividad del director debe permanecer, atento a cada detalle para la toma instantánea de decisiones óptimas. Recuerdo que para el grupo 107 era tachado como un maestro estricto mientras que para el 212 me tenían como el gordito carismático que les recomendaba una película cada viernes. 

Como todo buen director un docente crece en la experiencia, en el error se va conociendo que cada estudiante es un mundo y un grupo son más de 40 mundos (lamentablemente es normal ver esa cantidad compactada en un aula), aprende a tratar con ello e inclusive, cuando se ha llegado a una determinada madurez, se usa para favorecer el aprendizaje. Docentes con decenas de alumnos expresando una opinión personal es digno de un Óscar. Ya no es una lluvia de ideas, literalmente es una lluvia de meteoritos. 

Quizás al final del día la labor docente no sea tan vanagloriada como la de un actor o director, pero sé que yo (y muchas otras personas más) guardan en la misma parte de su corazón a ese profesor con el que pudo sentirse inspirado y a Woody Allen caminando por las calles de Nueva York con un buen jazz de fondo. 


*Asesor Técnico Pedagógico, maestro de preparatoria, cronista y director de cine frustrado.



Publicado en Escuela de Cristal

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