La dirección escolar
Por Oscar Isaac Corral Arias
Los cambios en materia de política educativa, precisamente cuando se tratan de hacer desde arriba hacia abajo, desde la cúpula política hacia la base magisterial conformada por profesores y directores, pocas veces atienden las necesidades reales que éstos actores del proceso educativo demandan.
En esta
tesitura, el contexto educativo imperante en nuestro país se caracteriza por
una multiplicidad de factores internos y externos que convergen dentro de la
célula educativa del sistema educativo, la escuela.
El manejo de
todas acciones, procesos, situaciones y demás deben ser manejados con tal
habilidad para que representen si no una ventaja mucho menos un obstáculo para
la labor educativa. Se necesita de liderazgo, de una buena comprensión de los
procesos que convergen dentro del plantel, una indudable capacidad de gestión
así como sensibilidad para resolver conflictos de manera eficaz dentro de la
escuela primaria. Desde luego, nos referimos con estos y otros atributos más a
la figura del director.
El rol que desempeña en el caso del sistema
educativo mexicano, está delimitado en el Manual
de Organización de la Escuela de Educación Primaria emitido por la
Secretaria de Educación Pública. En dicho manual, se encuentran estructuradas en
un marco organizacional, las funciones que le competen a cada personaje de una
escuela primaria. En el caso del director del plantel, sus funciones se
encuentran englobadas en 18 puntos que van desde acciones directivas, de
gestión, de acompañamiento técnico pedagógico, de rendición de cuentas, evaluación
y labores administrativas.
No obstante que las atribuciones por las
cuales se deben conducir los directores, su figura en la realidad no ha
terminado de ser un verdadero factor de cambio en muchos planteles en nuestro
país. Esto no tiene una única explicación, sino las causas son múltiples e inherentes
al fenómeno educativo. Éstas van desde la designación de docentes en puestos
directivos sin el perfil adecuado, la existencia de culturas educativas dentro
de la escuela que no propician un trabajo colegiado (Fullan & Hargreaves, 2000, pág. 151) , contextos con problemas
sociales, férreos controles burocráticos por parte de las autoridades entre
otros.
Lamentablemente, encontramos que estos problemas son más comunes de lo que se piensa. Dentro de una escuela el director debe ser el principal interesado en lograr un trabajo que involucre a profesores, padres de familia y alumnos, debe trabajar por lograr un ambiente adecuado para cada quien se desenvuelva y cumpla su función. El rol directivo contrario a lo que el pensamiento tradicionalista dicta, no es un puesto para descansar después de muchos años frente al grupo, sino es un puesto que conlleva enormes responsabilidades y demanda una gran capacidad de generar consensos.
Lamentablemente, encontramos que estos problemas son más comunes de lo que se piensa. Dentro de una escuela el director debe ser el principal interesado en lograr un trabajo que involucre a profesores, padres de familia y alumnos, debe trabajar por lograr un ambiente adecuado para cada quien se desenvuelva y cumpla su función. El rol directivo contrario a lo que el pensamiento tradicionalista dicta, no es un puesto para descansar después de muchos años frente al grupo, sino es un puesto que conlleva enormes responsabilidades y demanda una gran capacidad de generar consensos.
En esta idea, concebir al director como el
sujeto de donde emanan las órdenes para su cumplimiento sería apoyar una idea
equivocada, por ello mismo la capacidad de generar trabajo colaborativo e incentivar
un verdadero intercambio académico-pedagógico al interior del plantel, es una
de sus atribuciones. La retroalimentación a través de visitas áulicas así como
comunicar los resultados de forma responsable con cada uno de los profesores
resulta indispensable para que cada profesor considere sus fortalezas como
debilidades vistas de una óptica diferente.
Últimamente las funciones del director se han
cargado demasiado hacia las funciones administrativas y burocráticas, dejando
de lado el carácter técnico de la enseñanza que acabo de referir. Esa necesidad
de cumplir con docenas de programas limita la iniciativa individual del
director, lo ahogan y le desmotivan.
Por último,
las autoridades, los alumnos, profesores y sociedad debe ser atento a quién se
designa y ejerce como director, cómo desempeña su cargo y si en caso de
observar obstáculos, apoyarlo en lo posible pues la figura del director debe
ser signo de poder, un poder que debe ser utilizado para que los demás actores
del proceso educativo puedan cumplir su rol y desarrollar capacidades de forma
integral, desde los alumnos hasta la comunidad.
Bibliografía
Fullan, M., & Hargreaves, A. (2000). La
escuela que queremos. México: SEP.
Publicado en Reflexión educativa
Comentarios
Publicar un comentario